Por Venus Rey Jr
Publicado originalmente en la revista Ruiz Healy Times, versión impresa, número de julio 2018, p. 42. Descarga o visualiza el PDF de la revista aquí.
«Victory has a thousand fathers, but defeat is an orphan»
John F. Kennedy
Andrés Manuel López Obrador no solo ganó: arrasó, aplastó, fulminó. En lugar de que Belinda cantara «El baile del sapito» en el cierre de campaña, debieron invitar a Thalía para que cantara «Arrasando». Y no sólo ganó la presidencia, sino también tendrá el control del Congreso de la Unión. Fue una victoria total.
Para darnos una idea de la tremenda magnitud del triunfo, he aquí algunos datos duros:
Presidencia
Ratio de AMLO (52,96%) sobre Anaya (22,49%) fue mayor de 2 a 1.
Ratio de AMLO (52,96%) sobre Meade (16,40%) fue mayor de 3 a 1.
Ratio de AMLO (52,96%) sobre El Bronco (5,13%) fue mayor de 10 a 1.
Senadores de mayoría relativa
Morena y aliados ganaron 24 de 32 entidades (75%).
PAN-PRD-MC ganaron 6 de 32 entidades (18,75%).
PRI y aliados ganaron 1 de 32 entidades. (¡Sí: solo una!) (3,12%)
Movimiento ciudadano ganó 1 de 32 entidades.
Ratio de Morena sobre el PAN: 4 a 1.
Ratio de Morena sobre el PRI y MC: 24 a 1.
Diputados de mayoría relativa
Morena y aliados ganaron 218 de 300 distritos electorales (72,66%).
PAN y aliados ganaron 67 de 300 distritos electorales (22,33%).
PRI y aliados ganaron 15 de 300 distritos electorales (5%).
Ratio de Morena sobre el PAN: más de 3 a 1.
Ratio de Morena sobre el PRI: casi 15 a 1.
De este tamaño ha sido la victoria de AMLO. De ese tamaño ha sido la derrota del PRI.
El PRI, aferrado a sus PRIvilegios, se figuró que podía ganar golpeando a Anaya mediante el uso abusivo y faccioso de la PGR. No lo logró. Sí logró que la campaña de Anaya no despegara y que gente de buena voluntad pensara ingenuamente que el PRI estaba en segundo lugar y que podía ganar; de ese modo el PRI destruyó la posibilidad del voto útil. Pero esa es otra historia. AMLO ganó con méritos propios y los resultados son implacables.
La victoria de López Obrador era esperada. Yo creo que nadie se sorprendió, salvo Meade y Anaya, que estaban seguros de ganar, al menos eso decían públicamente, lo cual es comprensible, pues ni modo que dijeran: «oh, Dios, ya perdimos, no tenemos esperanza»; pero ni siquiera ellos ni sus equipos podían, por más que quisieran, no ver la debacle que se avecinaba. El triunfo de AMLO se veía venir. Podrá decirse que llevaba doce años en campaña, que aprovechó spots de MORENA para difundir su imagen cuando era presidente de dicho partido, y que por la tanto inició con ventaja el proceso electoral (lo mismo hizo Anaya), y muchas otras cosas más, pero lo cierto es que en esta tercera ocasión, todo le salió bien.
Su campaña fue casi perfecta. Aprendió de los errores que cometió en el pasado y se hizo de una brillante e inteligente coordinadora: Tatiana Clouthier (también Yeidckol Polevnsky y Alfonso Romo desempeñaron un rol importante). Una y otra vez, la carismática Clouthier exhibió a sus homólogos, especialmente al del PRI, Aurelio Nuño, mientras Polevnsky hacía lo propio con los presidentes del PRI, Enrique Ochoa primero, René Juárez después. Incluso antes de iniciar campañas, los spots de Morena mencionaban a AMLO sin decir su nombre: «estaremos mejor con ya sabes quién». Y todos los mexicanos de repente empezamos a usar el «ya sabes quién» en el lenguaje cotidiano. Nadie negará que el tabasqueño tiene una especial habilidad para crear frases que se quedan en el habla popular, y así decimos, para cualquier cosa, «eso no lo tiene ni Obama», que no te den «frijol con gorgojo», eres un «fifí, señoritingo», «la mafia del poder», «abrazos, no balazos», «nos están llevando al despeñadero», y tantas otras más. Mientras Anaya y Meade hacían sus cierres de campaña y sólo ellos y sus seguidores sabían dónde, AMLO hacía un AMLOFest en el Estadio Azteca del cual todo México se enteró: «estrella del rock and roll, presidente de la nación». Sus contrincantes nunca pudieron seguirle el paso y hasta se dio el lujo de llamar a uno de ellos «ternurita». Marcó la agenda de principio a fin, como si ya fuera el presidente electo, y centró en su persona todos los reflectores.
En suma, las causas intrínsecas del triunfo fueron la impecable campaña, la muy eficaz coordinación de Tatiana Clouthier y, claro, no podemos dejar a un lado el carisma personal del tabasqueño. Pensemos de él lo que pensemos y digamos lo que digamos –personalmente no estoy de acuerdo en muchas de sus propuestas, tal como las formuló en campaña–, nadie puede negar que conecta con la gente, que es casi venerado por multitudes, que su figura está rodeada, a los ojos y sentires de muchos, de un halo muy difícil de concebir y de explicar. Ninguno de los otros candidatos se le acerca en este rubro ni mínimamente. Los seguidores de AMLO demostraron ser los más fieles, más combativos y más proactivos del mercado electoral. Lo constatamos en cientos de mítines: multitudes rodeaban al tabasqueño y lo tocaban como si se tratara de un santo o un gurú. Incontables personas esperaban el momento en que se acercara AMLO, no tanto para pedirle una selfie, sino para abrazarlo y pedirle que les impusiera las manos. Fanatismo, dirán sus detractores. Lo cierto es que los demás candidatos quedaron muy lejos de lograr estos niveles de empatía. AMLO no sólo fue un candidato: fue un fenómeno mediático sin precedentes, casi un Jesus Christ Superstar (por aquello del mesías tropical).
Mucha gente con la que conversé en los meses de campaña me decía que AMLO nunca llegaría a la presidencia, que no se lo permitirían. ¿Quién no se lo va a permitir?, preguntaba. El PRI no lo permitirá, los grandes empresarios no lo dejarán, decían. En todo momento estuve seguro que la transparencia y la limpieza del proceso electoral estaban más que garantizadas por el INE, por el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación y por los miles y miles de ciudadanos que participarían como funcionarios de casilla durante la jornada electoral. A mi juicio, y a estas alturas de nuestra historia, era imposible hacer trampa. Algunos reprocharon mi ingenuidad. Lo cierto es que fue tan aplastante el triunfo que era imposible ocultarlo. El PRI no ganó ni en el Estado de México, su gran bastión. Ya no digamos el EdoMex: ni siquiera ganó en Atlacomulco. AMLO fue el candidato que más votos recibió en 31 de las 32 entidades federativas. Este dato es apabullante. Sólo Anaya obtuvo más votos en Guanajuato. Muchos creían que nadie votaría por AMLO en los Estados del norte, pero resulta que en todos los estados del norte, sin excepción, obtuvo más votos que sus contrincantes. Ganó el norte, ganó el sur, el centro, el este, el oeste. También decían que sólo la gente con menos instrucción académica votaba por él, pero resulta que en todos los niveles educativos, incluidos maestría y doctorado, AMLO obtuvo más votos que nadie.
También existen causas extrínsecas que explican esta tremendísima victoria: el propio presidente Peña, los infames gobernadores del Nuevo PRI, la inmoral corrupción que imperó durante el sexenio, el alza generalizada en los combustibles y la violencia galopante en todo el territorio nacional. Corrupción y violencia anularon los logros del gobierno federal. Estos logros –los hubo– fueron sobrepujados por los escándalos de corrupción que ensuciaron al mismo presidente y a su familia. Algunos priístas ya empiezan a hablar de la «generación de la vergüenza».
Otro aspecto extrínseco que hay que considerar está en las reformas estructurales. Para lograrlas, Peña hizo lo que parecía imposible –y en este sentido su sexenio empezó muy bien–: logró el consenso del PAN y del PRD. En febrero de 2014 Peña apareció en la portada de la revista Time como el salvador de la nación: Saving Mexico. AMLO desde un primer momento se deslindó del PRD y se opuso férreamente a las reformas, de modo que a la hora en que los mexicanos se sintieron defraudados por los supuestos beneficios que traerían dichas reformas (por ejemplo, que bajaría la gasolina; no sólo no bajó, sino que subió casi 100%), AMLO quedó libre de mácula y pudo señalar con su dedo a los culpables. Así nació Morena, de este desacuerdo entre el tabasqueño y «los chuchos», que tenían el control del PRD –y lo siguen teniendo, al menos sobre lo que queda del PRD, que es casi un cadáver; como dice la canción: «dueño de ti, dueño de qué, dueño de nada…»–. Un porcentaje muy grande de mexicanos empezó a ver el «Pacto por México» como un engaño más y AMLO supo perfectamente canalizar en su favor esta desilusión.
Viendo las cosas con mayor detenimiento y con la cabeza fría, creo que a AMLO le convino ganar hasta ahora. De haber triunfado en 2006, habría encontrado un congreso hostil y no hubiera podido hacer mucho. Peor en 2012, porque habría encontrado un PRI empoderado y a la cabeza en muchas gubernaturas. Quién sabe. Habría sido interesante ver a AMLO lidiar con los Moreira, los Duarte, los Borge, los Medina y demás miembros de «la generación de la vergüenza». Ahora en 2018 lo tiene todo: será presidente y tendrá el legislativo federal y muchos congresos locales a su disposición. Así que no habrá pretexto: la mesa está puesta para que se convierta en el mejor presidente de la historia. Pero cuidado: tanto poder en sus manos también es mesa puesta para convertirse en el peor gobernante de nuestro accidentado devenir. Por el bien de México, hago votos para que suceda lo primero.