lunes, 4 de junio de 2018

México enemistado: La Cuarta Transformación

Por Venus Rey Jr

Publicado originalmente en el número 18 de la revista Ruiz Healy Times, p. 25. Descárgala aquí

«We must, indeed, all hang together or, most assuredly, we shall all hang separately.»
Benjamin Franklin
Frontera entre las alcaldías de Cuajimalpa y Álvaro Obregón, Ciudad de México


La Guerra Civil Española es un acontecimiento histórico que desde hace muchos años ha llamado poderosamente mi atención. Fue una choque tremendo entre dos formas de pensar, dos visiones y proyectos de Nación. La colisión eidética no se quedó en el debate de las tribunas en la Asamblea ni en las agitadas y muy acaloradas discusiones en los cafés de las grandes ciudades españolas; también permeó la vida íntima de las familias y enemistó a hermanos, a padres y a vecinos. Si todo hubiese quedado ahí, en las discusiones, en las descalificaciones, en la pura enemistad, no habría sido tan trágico. El problema es que todo se salió de control, y entonces la pelea eidética se transformó en una guerra fratricida, una de las más crueles y sangrientas del siglo XX.

No estoy comparando la situación actual de nuestro país con el caos que imperó en España en los años 1930, aunque sí es preciso reconocer que nuestra situación es muy delicada. Negar la realidad de nuestros días, o minimizarla, sería un error muy grave. Yo veo un México muy dividido y enemistado. Escucho y veo expresiones de intolerancia en los seguidores de los principales actores políticos. Del insulto desmedido, que ya de suyo es una agresión, a la agresión física misma, hay sólo una diferencia de grado; y es una diferencia menor. Cuando se suelta el tigre, los actores políticos ya no tienen control sobre sus seguidores, como sucedió en esa España, y para ejemplo valga la guerra que protagonizaron los anarquistas contra los comunistas, ambos del lado de la República, pero peleados a muerte por sus diferencias ideológicas.

En «Una historia de la Guerra Civil que no va a gustar a nadie», Juan Eslava describe los temores del presidente Azaña, que ya anticipa el horror que está por desatarse: «[en un lado] el odio destilado lentamente durante años en el corazón de los desposeídos; [en otro lado] el odio de los soberbios, poco dispuestos a soportar la insolencia de los humildes.» Unos renglones después pone una cita del aristócrata y sibarita español José Luis de Vilallonga: «Todavía recuerdo el día en que, un poco antes de la guerra, mi abuela dijo de pronto: ‘Siento un infinito desprecio hacia los pobres.’ Y como todo el mundo se quedó con la boca abierta, explicó: ‘Sí, porque ¿cuántos son ellos? Millones. Y los ricos ¿cuántos somos? Muy pocos. Pero aquí estamos desde hace siglos sin que a nadie se le ocurra hacernos nada.’»

He visto en nuestro país una polarización. No que sea nueva. Desde luego, los pobres y los ricos existen desde siempre. El problema es cuando llega la ideología y los actores políticos se valen de ella para excitar a las masas. En el momento en que la ideología permea la polarización, en ese momento se gestan bandos irreconciliables destinados a chocar.

Existe en nuestro país un modo de ser excluyente, que algunos llaman la postura del mirrey o el estilo de vida totalmente palacio. Y también existe otro modo de pensar, igualmente excluyente, al que despectivamente se denomina ideología chaira o pensamiento prole. El primer modo de ser se caracteriza por la indolencia y la frivolidad; el otro se distingue por el odio y el desprecio de sentirse marginado y explotado. La abuela de Vilallonga y Vilallonga mismo ilustran muy bien al primer grupo. El personaje Esteban García, de la novela «La casa de los espíritus», de Isabel Allende (que sabe muy bien de estas cosas), ilustra al segundo grupo[1]. Tal vez algún lector despreocupado crea que estoy exagerando, más aún después de leer el pie de página que acabo de escribir, pero yo creo que estos fenómenos sociales merecen atención.

El discurso de algunos candidatos se aprovecha del resentimiento social de un gran sector de la población. El discurso exalta no sólo la explotación, sino las diferencias raciales. No en vano uno de los candidatos hace llamar a su partido MORENA, que, claro, se refiere a las siglas del Movimiento de Regeneración Nacional, pero que también alude al color de la piel. El candidato expone a sus seguidores que el sino aciago que sufren se debe a la maldad de unos cuantos. Este grupo sin rostro –el candidato no da nombres, pero se entiende que es el grupo constituido por los hombres más ricos de México– se vale de los políticos para asegurarse privilegios y aumentar su riqueza, a costa de la explotación y la marginación de los pobres. Los gobiernos neoliberales del PRI y del PAN y sus presidentes (Peña, Calderón, Fox, Zedillo, Salinas…), no son más que empleados de este grupo. Todos ellos conforman la «mafia del poder». La única posibilidad de que los pobres salgan de la pobreza, es arrebatando a esta mafia el poder mediante una revolución, pacífica, dice el líder, que traerá paz, justicia y bienestar, y que acabará con la corrupción y la violencia: por fin los oprimidos serán reivindicados. Este cambio sustancial es llamado por el movimiento y sus ideólogos «La Cuarta Transformación», y su envergadura e importancia sólo son comparables, según ellos, a la Independencia, la Reforma y la Revolución.

He sido testigo de expresiones que me horrorizan por su ligereza y frivolidad; expresiones peores que la de la abuela de Vilallonga. Y las he escuchado aquí en mi ciudad, en reuniones, en las terrazas de restaurantes; las he visto en Facebook, en Twitter y hasta en los periódicos. Porque para que exista polarización debe haber dos polos igualmente malos. He oído expresiones como nacos, proles, chairos, jodidos, holgazanes, huevones, prietos, parásitos, ninis, basura social, indios y otras más que no puedo pronunciar, dirigidas a los simpatizantes de MORENA y en general a los más desfavorecidos. Lejos de ponerlos cabizbajos, los insultos les están dando unidad, identidad y cohesión: «somos Morena, somos la nación, los pobres, los marginados, y –como temía la abuela de Vilallonga– somos millones, millones más». Es el fin de la era del señoritingo, del fifí, de la mafia del poder: así como perecieron el catrín y el señorito, el terrateniente y el hacendado, en la revolución, así va a desaparecer esta mafia del poder empezando por sus funcionarios itamitas. Ese es el propósito de La Cuarta Transformación.

Ahora bien, podrá resultarnos chocante y pedante esta terminología de La Cuarta Transformación. No es la primera vez que los ideólogos cercanos a Andrés Manuel López Obrador se inventan un término así de rimbombante. Recordemos La Cuarta República, de la que AMLO fue presidente legítimo. Pero ese no es el punto. Decía que podría resultar irritante el concepto de La Cuarta Transformación, pero en el fondo, no porque lo proponga López Obrador, no deja de ser cierto que nuestro país requiere un cambio sustancial. La corrupción gubernamental y la violencia deben cesar; el país debe despegar económicamente –y aquí la palabra despegar resulta muy adecuada y simbólica, toda vez que MORENA pretende cancelar el nuevo aeropuerto de la Ciudad de México, que verdaderamente sería un motor de despegue y desarrollo para nuestro país–. Si esto se logra (acabar con la corrupción, erradicar la violencia y emprender ahora sí a grandes pasos el desarrollo económico nacional), será verdad esto de La Cuarta Transformación. Sería terrible que las cosas siguieran como están, pero también sería catastrófico que adoptáramos el comino del populismo.

No hace falta ser López Obrador, ni siquiera simpatizante de él, para darse cuenta que la estructura gubernamental está podrida desde sus entrañas; no hace falta ser morenista para sostener que en México hay profundas desigualdades (económica, social, racial, cultural), que los gobiernos han actuado con frivolidad, torpeza, irresponsabilidad, dolo y maldad, y que las cosas deben cambiar. Entiendo el enojo de los seguidores de AMLO: es legítimo, y no es propio de ellos –yo, que no soy morenista, también estoy indignado–. Hasta el más cínico priísta sabe que la situación no podrá sostenerse más tiempo.

La rabia de millones se deja ver en twitter, Facebook y otras redes sociales. El ataque a columnistas y comunicadores es impresionante. Basta con expresar una idea contraria a un candidato, para que sus seguidores profieran toda clase de insultos, ataques y amenazas. Hay que decirlo, en este rubro son especialmente virulentos los simpatizantes de MORENA. Esta agresividad en redes preocupa, aunque haya quien crea que exagero. Es cierto que si pierde AMLO, sus seguidores experimentarán una gran frustración, y entonces serán realidad aquellas palabras que se referían a soltar al tigre. Y una vez suelto el animal, será muy difícil detenerlo. Por esa razón, La Cuarta Transformación –que, insisto, es necesaria, y no porque lo diga López Obrador– debe llevarse a cabo desde la institucionalidad. Ya se han dado los primeros pasos, aunque los morenistas insistan en que no.

Un paso importante es la desaparición de la Procuraduría General de la República, que hoy por hoy está bajo control del presidente, lo cual es garantía de impunidad, y en su lugar la creación de una Fiscalía autónoma y totalmente independiente del ejecutivo. Este paso ya se dio, al menos en el papel (la hoja de papel, diría el jurista La Salle), he ahí el artículo 102 de nuestra Constitución, pero en los hechos los partidos políticos no han sido capaces de nombrar a quien habrá de ser su titular. Los políticos corruptos no van a permitir que un fiscal hostil los persiga, y como al parecer todos los partidos son corruptos, es difícil que lleguen a un acuerdo. También tenemos un Sistema Nacional Anticorrupción que fue creado desde 2015, pero que en los hechos es como si no existiera, pues los escándalos de corrupción en el gobierno federal y en los gobiernos estatales siguen consternando a la opinión pública. Así de podrida está la estructura del Estado mexicano.

También tenemos un órgano autónomo electoral que es garante de transparencia en las elecciones, aunque esté bastante desacreditado hoy en día; y tenemos un tribunal electoral que forma parte del poder judicial, y por lo tanto goza de autonomía e independencia respecto a los otros dos poderes. Con esto quiero decir que hasta los políticos corruptos saben que es insostenible el nivel de corrupción, y que esto se tiene que acabar; y que cuando esto acabe, de verdad habrá visto su fin una era oscura caracterizada por el expolio sistemático de la riqueza nacional: vendrá La Cuarta Transformación. En la primera, México logró su Independencia; en la segunda su Reforma; en la tercera, la Revolución dio muerte a un régimen oligarca; La Cuarta Transformación supondrá el fin de la corrupción y de la violencia: se abrirá una era de amor, paz, justicia y bienestar. Suena a pseudo-ciencia de Hörbiger y sus cosmogonías glaciales, pero no por ello es falso que urja en México una verdadera transformación.

La transformación de México no será obra de una persona o de un movimiento político. Será tarea de todos los mexicanos. Que alguien ofrezca ser la solución es un gran engaño. Un México enemistado es más vulnerable a la corrupción y la violencia, y está en menor aptitud de afrontar los problemas. Se necesita la unión, no la división. Los políticos que fomentan la enemistad de los mexicanos juegan con un fuego que luego no podrán apagar.




[1] La novela de Isabel Allende y la película del mismo nombre, del director danés Bille August, difieren en algunos de talles. Me voy a referir al plot del film, con el que varios lectores estarán familiarizados. En la película, el rico y poderoso Senador Esteban Trueba (Jeremy Irons) violó en su juventud a una trabajadora de su finca. De esta violación nació Esteban García, que vendría a ser hijo ilegítimo del Senador. Esteban García sabe su origen y odia a su padre, que también sabe que es su hijo. No obstante, acude ante el ya poderoso Senador Trueba, para pedir que lo recomiende y pueda obtener un trabajo en el Cuerpo de Carabineros. Lejos de estar agradecido, García sigue albergando un profundo odio contra su padre y sus medios hermanos. Cuando estalla el golpe de Estado y los militares emprenden una brutal represión, su media hermana, Blanca (Winona Ryder) es arrestada y va a dar a la prisión en la que está asignado su hermanastro Esteban García, que ya es un oficial con cierto poder, y que aprovecha la oportunidad para torturarla y violarla.

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